A lo largo de 4 meses, dedicándole al menos 2 páginas en cada edición, nos dimos a la tarea de analizar, del modo más detallado que nos fue posible, distintos aspectos del sistema electoral canadiense, los porcentajes de votación de los diversos sectores de la población, las razones del bajo turnout, y las consecuencias que la abstención tiene en términos de deterioro de la calidad democrática e institucional de un país. En ese sentido, no sólo sabemos que le hemos dedicado mayor esfuerzo y espacio a este tema que el que le dedican otros medios, sino que lo hemos hecho, además, con independencia y rigor. Evitando contaminar el análisis con lugares comunes o partidarismos clientelares.
Quedan al momento de salir de imprenta este número pocos días para que sepamos el resultado de un proceso electoral en el que parece haber más interés por conocer lo que dicen las encuestas que en conocer el contenido de plataformas electorales y programas y en el que, dado el escaso entusiasmo que se percibe, difícilmente se alcance un porcentaje de votación similar al obtenido en 2015. La palabra entusiasmo tiene su origen en el griego y significa “tener un Dios dentro de uno mismo”. Para los griegos, la persona entusiasta era poseída por los dioses, inspirada por la fuerza y la sabiduría de su entusiasmo, y recibía un don: poder interactuar positivamente con el entorno y transformarlo. Y lo mismo ocurre con las sociedades. Viven situaciones de entusiasmo y confianza en sus capacidades para transformar y mejorar, y viven momentos de apatía somnolienta.
Como veíamos en nuestras dos últimas notas, el sistema electoral canadiense favorece, bajo determinadas condiciones, la ocurrencia de lo que vulgarmente se conoce como “voto estratégico”, es decir el traslado de voluntades desde un partido a otro, cuando lo que pesa más no es qué es lo que esos votantes quieren que suceda, sino qué es lo que desan evitar.
Este parece ser el caso en esta oportunidad. Habiendo una paridad muy marcada entre el Partido Conservador y el Partido Liberal, un porcentaje indeterminado de posibles votantes del resto de los partidos seguramente correrán su voto hacia una de las dos opciones con chances de triunfar sobre la otra. Tradicionalmente, eso ha sucedido con simpatizantes del NDP o del Partido verde que trasladan su preferencia hacia el partido Liberal para evitar un triunfo conservador, y esta vez posiblemente también ocurrirá (aunque de modo marginal) con simpatizantes de la ultraderecha que se correrán a último momento, con naturalidad, hacia el Partido Conservador.
Estos movimientos son lógicos y ocurren en los procesos electorales de todo el mundo. No se trata de una característica especial del sistema electoral canadiense. Lo que sí es característico de sistemas FPTP como el de Canadá, en los que sólo se elige un representante por circunscripción, es que el “voto estratégico” deviene una opción casi obligada para un porcentaje muy importante del electorado, que al votar no en función de lo que lo entusiasma sino en función de lo que teme, se va transformando, a lo largo del tiempo, en un votante reticente, poco motivado y en última instancia apático.
Ahora bien… Una de las circunstancias que promueven el voto estratégico, parecen no estar dadas en este particular período electoral, en el que, si se dieran los resultados que anticipan las encuestas, ninguno de los dos partidos que se disputan el primer lugar lograría una mayoría propia en el Parlamento. Y esa posibilidad lo altera (y quizás lo mejora) todo.
Porque aunque en Canadá tradicionalmente existe una idea generalizada de que cuando un partido tiene una mayoría propia en el Parlamento gobierna mejor, lo cierto es que ni en el país ni a nivel internacional eso responde a evidencias ciertas. Los partidos que tienen mayorías propias, gobiernan con más facilidad, pero eso no quiere decir que gobiernen mejor.
Un partido con mayorías propias, puede incumplir con lo que ha prometido con más facilidad. Un partido con mayorías propias puede incorporar a su gobierno medidas diferentes a las anunciadas sin tener que negociarlas con nadie. Un partido com mayorías propias y con un gabinete monocolor, tiene menos posibilidades de ser controlado.
Y en este momento (a no ser que el voto estratégico alterara a último momento lo que están mostrando las encuestas) existe la posibilidad de que el Partido Liberal llegue al gobierno en minoría y que para ello deba realizar acuerdos con los partidos que ocupan el tercer y cuerto lugar.
Eso podría tener consecuencias muy positivas en terrenos como las políticas de salud, las políticas inmigratorias, las políticas de enseñanza y la propia reforma del sistema electoral, y para ello basta recordar que algunos de los avances que más valoramos, como por ejemplo el sistema de salud que enorgullece al país, fueron alcanzados durante gobiernos de minorías en las que los liberales debieron realizar acuerdos con el NDP.
El pasado nunca se repite mecánicamente, pero sí sirve de guía y la mejor estrategia siempre es la que potencia los acuerdos.