En la última entrega de esta serie habíamos entrado en un tema polémico pero indispensable si se desea analizar todos los factores que podrían estar incidiendo en la baja asistencia a las urnas del electorado canadiense.
A lo largo de las 5 primeras notas y de las 10 fichas informativas que las acompañaron nos habíamos centrado en aquellos factores relacionados con el propio electorado: edad, ingresos, años de permanencia en la educuación formal y pertenencia o no a una “minoría visible”.
Finalmente, y después de analizar los presupuestos básicos del sistema electoral vigente en Canadá, conocido como First Past The Post, habíamos llegado a una de sus principales características -por todos conocida pero que suele pasarse por alto: Dado que en cada circunscripción electoral se elige un/a solo/a representante y no es necesario que quien haya sido elegido/a cuente con la mayoría de los votos emitidos, un alto y en ocasiones muy alto porcentaje de los votantes no obtiene representación alguna.

La situación es paradójica: la mayor parte de los votos emitidos se sumergen en una especie de vacío político en el que no tendrán ningún valor y a eso seguramente se refería el actual Primer Ministro cuando prometía, en su campaña de 2015, que ese año sería el último en el que ese “unfair electoral system” estaría vigente en el país.
Porque además de esa situación paradójica en cada uno de los distritos primero y en cada una de las provincias después, la situación se repite en el propio Parlamento Federal. Un partido puede alcanzar el 50% de las bancas sin haber alcanzado el 50% de los votos en todo el país, es decir que suelen gobernar con mayoría parlamentaria partidos que, en los hechos, fueron apenas una “minoría mayor”.

Lo anterior acarrea consigo un problema adicional. En otros sistemas, cuando ningún partido logra una mayoría parlamentaria que le permita gobernar sólo, es necesario que logre acuerdos de gobernabilidad con otro u otros partidos, incorporando a su propia plataforma algunos temas que integraban las plataformas de gobierno de sus coaligados. En los sistemas FPTP eso es innecesario y por lo tanto ese tipo de acuerdos son infrecuentes, lo que da lugar a una política más confrontativa, unilateral y menos permeable al diálogo y los acuerdos.

Pero todo lo visto hasta ahora tiene además una consecuencia no buscada pero casi inevitable: el llamado “voto estratégico”.

Acuerdos “innecesarios” y votos “estratégicos”

Para navegar los meandros del voto estratégico, concentrémonos en lo que sucede a nivel federal pero sin olvidar que lo mismo sucede a nivel distrital y provincial.

Tanto el hecho de que un alto porctaje de los votos se pierdan en la nada, como el hecho de que no exista en Canadá una cultura política que favorezca los acuerdos interpartidarios para alcanzar mayorías de gobierno, trae como corolario que sean los propios votantes quienes tomen a su cargo lo que el sistema electoral no propicia o les niega.

Ante la posibilidad de que un partido A obtengan una “minoría mayor” que le permita gobernar el país con una mayoría parlamentaria artificial, quienes serían votantes naturales de los partidos C o D, deciden apoyar al partido B que es el que más posibilidades tiene de derrotar al partido A.

Se trata de un cálculo perfectamente racional y legítimo y un uso del voto inteligente si se trata de evitar que un determinado partido alcance el gobierno… Es algo así como obtener, con el accionar conciente de cada uno de los votantes que toman esa decisión, lo que se obtendría si esos partidos (el B, el C y el D) hubieran realizado un acuerdo electoral anterior al proceso electoral, o si estuvieran en situación de realizarlo inmediatamente después.

Pero a diferencia de lo que ocurriría en el caso de un acuerdo entre partidos, lo que ocurre con el “voto estratégico” es un traslado de apoyos desde los partidos C y D hacia el partido B que no implica ningún compromiso ni nigún acuerdo. Es más… dado que los votos, una vez emitidos, son indistinguibles unos de los otros, el partido B, de alcanzar el status de “minoría mayor” que le permita gobernar, no podrá (ni le interesará) saber cuántos de sus votos fueron de partidarios convencidos y cuántos fueron “estratégicos”. Los contabilizará a todos como apoyos a su propuesta, que de ese modo no deberá negociar con nadie.

Esa situación transforma un sistema pluripartidista en un sistema bipartidista “de facto”. Maximiza las posibilidades de que sólo dos partidos se alternen en el poder a través de una “poda cíclica” de los restantes partidos, que se ven reducidos a ocupar los terceros y cuartos lugares mientras ven que sus propios votantes migran (con frustración) hacia opciones que de otro modo quizás hubieran rechazado.

De cómo esa situación frustrante en la que la responsabilidad de los partidos se hace recaer en los votantes podría estar incidiendo en el alejamiento del electorado (y sobre todo del electorado más joven) de las urnas, trataremos en nuestra próxima entrega.

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