Rosa Sarabia: Catedrática de literatura y cultura latinoamericanas en el Departamento de Español y Portugués (Universidad de Toronto). Sus investigaciones se centran en los movimientos de vanguardia, la relación texto e imagen y la ficción detectivesca.
Como práctica crítica, la restitución de un sujeto histórico suele ser problemática y más aún si el mismo cuenta con un puñado de documentos que dan fe de su existencia. En este caso, todo proyecto biográfico constituiría un fracaso de antemano. Por tal motivo, este breve estudio [*] propone una revisión del signo Malinche y no de su persona histórica. Es decir, importa ver el modo en que se construyó e interpretó, a través de los siglos; desde el discurso historiográfico hasta las representaciones literarias y artísticas. En su rápido paso de la historia al mito, el signo fue contaminándose con múltiples y contradictorios significados llegando a interpretaciones extremas y falaces, ya apologéticas, ya impugnativas. Sin duda, la complejidad del signo reside en los paradigmas que concentra en sí mismo –raza, clase y género– y en su aparición en un momento crucial de la historia de Occidente: el “encuentro más asombroso de nuestra historia,” asegura Tzvetan Todorov, por ese sentimiento de “extrañeza radical” que resultó en “el mayor genocidio de la historia humana” (La conquista de América. El problema del otro. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, 14).
El nombre Malinche surge a partir de ese traumático encuentro que fue escrito por los vencedores. Su sola mención es equivalente a la función de intérprete –llamada “lengua” o “faraute” según los cronistas españoles– pero también a la de concubina de Hernán Cortés y madre del primer mestizo, Martín Cortés. Esa posición de mediadora entre lenguas posee un rasgo distintivo. Se trató en 1519 de establecer un entendimiento, como bien apunta Bolívar Echeverría, de universos lingüísticos “no sólo lejanos sino incompatibles entre sí” en que “los vencedores e intregradores no menos que los vencidos e integrados, tenían que ir más allá de sí mismos, volverse diferentes de lo que eran.” O sea, que en esa “admirable” intervención, como la califica el crítico, habría una prefiguración del mestizaje cultural en que se trasciende tanto la forma cultural propia como la ajena, para que ambas negadas puedan “afirmarse en una forma tercera, diferente de las dos.” (“Malintzin, la lengua,” en La Malinche, sus padres y sus hijos. Margo Glantz, ed. México DF: UNAM:1994, 134-135).
Malintzin/Malinche tuvo la ventaja de entender las culturas en pleito por saber sus lenguas y haber vivido entre ellas. Nacida nahua, fue vendida dos veces como esclava llegando a ser propiedad de los mayas y éstos a su vez la obsequiaron a los españoles, junto a otras diecinueve muchachas en Tabasco. De bilingüe, la adolescente regalada pasó a ser trilingüe y poco a poco fue desplazando la tarea inicial de Jerónimo de Aguilar, naúfrago español que había aprendido la lengua maya durante su esclavitud entre los indígenas. Así como el nahuatl llegó a ser lengua franca por dominación del imperio azteca; en 1492, el castellano lo fue para la conquista y la consecuente evangelización. Es más, la primera gramática española, cuya impresión coincidió con el primer viaje de Colón, fue llamada la “compañera del Imperio” por su autor Antonio de Nebrija (Prólogo a Gramática de la lengua castellana. Antonio Quilis ed. Madrid: Ed. de Cultura Hispánica, 1992), en lo que constituye una conciencia sobre el poder de la palabra en momentos de expansión política y religiosa –de hecho, Nebrija pensaba en África y en Tierra Santa, lo de las Indias le vino como anillo al dedo–. En el caso de Malintzin/Malinche, la otra compañera del imperio, la paradoja mayor reside en que tuvo a cargo la comunicación lingüística sin llegar a registar trazo alguno de su propia vida. De esto se encargaron los cronistas, el propio Cortés, los escribas indígenas por encargo de los cristianos, y una innumerable lista de escritos donde pesó más la florida imaginación que el árido dato histórico.
Hay consenso entre los estudiosos, tanto a favor como en contra de Malintzin/Malinche, que su presencia en los primeros años de la conquista de México fue decisiva. Lo que no significa que de no haber sido ella la principal mediadora entre las culturas mesoamericanas y la española, otro u otros hubieran cumplido tal tarea. Tampoco es conclusivo el hecho de que los españoles hubieran triunfado con la sola ayuda de su versatilidad lingüística, porque necesitaron de la alianza de otros grupos indígenas, como los tlaxcaltecas, que estaban sometidos contra su voluntad a los abusos de los mexicas. Moctezuma mismo pareciera haber facilitado la entrada de Cortés en Tenochtitlán. Diego Durán –un “culturalmente mestizo” según Todorov (op. cit. 65)– dejó constancia sobre la crueldad de los mexicas al haber destruido o sometido a otros pueblos, como también la de los españoles: “Iban haciendo cuanto mal podían. Como lo hacen ahora nuestros españoles, si no les van a la mano”(Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme. México DF: Porrúa, 1967, 21).
Códice Durán (1579) – Marqués y Marina. La posición de Malintzin/Malinche es inusual, no se encuentra en medio de las dos partes. Aun cuando el elocuente gesto de las manos es común a otras imágenes de la época, su vestimenta, su cabello y la blancura de su piel la semejan a una dama europea y renacentista.
La apropiación de Malintzin/Malinche como esclava antes de la llegada de los españoles es la condición sin qua non que justifica su proceder durante la empresa de la conquista. Dentro de las visiones positivas hacia ella están aquellas que bajo la luz romántica interpretan su alianza a través del amor hacia el conquistador. Otras ven la venganza como principal motor de sus acciones contra los mexicas, represores de los suyos. Mientras que una tercera entiende que usó inteligencia y talento no solo para sobrevivir las circunstancias extraordinarias que le tocaron vivir sino para asegurarse un estatus social que le diera cierta movilidad de acción dentro de los rigurosos valores masculinos que ambos, los amerindios y españoles, tenían. Es así que además de su labor interpretativa actuando como interpósita persona de Cortés, se especula que una vez que comprendió los signos de la nueva cultura y sabedora de los suyos, aconsejaba y tomaba iniciativas propias, e incluso negoció la paz, según la historiadora Camilla Townsend (Malintzin’s Choice. An Indian Woman in the Conquest of Mexico. Albuquerque: Univ. of New Mexico Press, 2006, 129-31). Por su erudición y abundante documentación, este estudio merece una traducción al castellano.
Cristianización, escritura alfabética y nueva identidad son parte del mismo sintagma cultural al que responde su nombre. “Marina,” con el cual se la bautizó acompañado del frecuente trato diferencial de “doña,” dio origen a Malina –por ausencia fonética de la ‘r’ en nahuatl– y a los derivados Malintzin y Malintziné que los indígenas usaron para referirse a ella (el sufijo “tzin” indica tratamiento honorífico, y la “e” final, un vocativo pero también un posesivo). Malintziné mediante el apócope resultó en Malintze que los españoles creyeron escuchar “Malinche.” Esta no es la única versión; otra tiene un recorrido inverso. Algunas fuentes señalan que Malinalli Tenepal se llamaba antes de ser entregada a los españoles. Malinal designaría el día del calendario azteca en que nació – signo nefasto según Georges Baudot (“Malintzin, imagen y discurso,” La Malinche, sus padres y sus hijos. op.cit. 54). En cambio, la raíz “tene” de Tenepal denota el tener facilidad con la palabra. En la combinatoria de los dos nombres habría un germen premonitorio, siempre y cuando se lea como ignominiosa la tarea suya de intérprete. Malinal, entonces, se derivó en Marina por degeneración fonética del castellano. Sin embargo, fue Malinche el apelativo que quedó adosado en la imaginería de la cultura mexicana e irónicamente fue también el apodo que los indígenas dieron a Hernán Cortés y a un tal Juan Pérez de Arteaga, quien casado con una tlaxcalteca noble ofició también de traductor. Así deja constancia Bernal Díaz del Castillo: “… llamaban a Cortés Malinche; y así le nombraré de aquí adelante, Malinche, en todas las pláticas que tuviéramos con cualesquier indios,… Y la causa de haberle puesto este nombre es que, como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía, especialmente cuando venían embajadores o pláticas de caciques, y ella lo declaraba en lengua mexicana, por esta causa le llamaban a Cortés el capitán de Marina, y para ser más breve le llamaron Malinche… también se le quedó este nombre a un Juan Pérez de Artiaga, … por causa que siempre andaba con doña Marina y Jerónimo de Aguilar aprendiendo la lengua, y a esta causa le llamaban Juan Pérez Malinche…” (Historia de la conquista de la Nueva España [1632]. México DF: Porrúa, 1968, 120).
Este mero proceso onomástico es elocuente muestra del cruce diferencial entre las culturas; un vaivén que tuvieron las lenguas en ese gran des/encuentro y que fue, sin duda, el sostén mayor de las acciones imperiales.
La dupla Cortés-Malinche es vista como la génesis de la progenie mestiza mexicana. Es también un error genésico. De hecho, para 1519 cuando Cortés llegó a Yucatán se encontró con Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, ambos naúfragos que llevaban unos ocho años viviendo con los mayas. El primero formó junto a Malintzin el equipo de traducción; el segundo, que estaba totalmente asimilado, aindiado, tenía varios hijos que fueron los que de hecho, iniciaron la raza mixta en el territorio bajo el imperio azteca. Como bien analiza Ricardo Herren, Gonzalo Guerrero es el anverso de Malinche. A la llegada de los españoles, ambos llevan una vida miserable hasta que cambian radicalmente de identidad cultural y se “niegan o reniegan de toda vinculación con sus pasados.” Malintzin/Malinche pasó de esclava a señora de esclavas, portavoz y concubina de Cortés. Guerrero, de criado y explotado bajo los españoles se convirtió en combatiente contra ellos como cacique y capitán entre los mayas (Doña Marina, La Malinche. Barcelona: Planeta, 1992, 44-46). Sin embargo, es interesante notar la poca importancia que tiene la descendencia mestiza de Guerrero para aquellos mexicanos preocupados por el nacimiento de la nueva raza, enraizada en la traición personificada en Malintzin/Malinche. Uno se pregunta si el origen de clase de Malintzin –hija de señores de la región de Coatzacoalcos– unida al rango de hijosdalgo de Hernán Cortés, resultaría una genealogía de mayor prestigio aunque de ella se quiera renegar. Otra posible lectura de esta elección es consecuente con el paradigma cristiano que en última instancia es el que prevaleció al contar los sucesos e interpretar su importancia. La pérdida del paraíso tiene cara de mujer; de ahí la asociación de Malintzin/Malinche con Eva en los discursos y ensayos, así como en recreaciones artísticas.
Cortés y Malinche. Fragmento de mural de José Clemente Orozco en la Escuela Nacional Preparatoria, 1922-26.
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Esta imagen es la que el muralista José Clemente Orozco propuso para aprendizaje de los jóvenes (“Cortés y Malinche,” Escuela Nacional Preparatoria, 1922-26). Además, su figura de madre está ligada tanto al concepto de (madre) tierra como al de lengua (materna). En Gonzalo Guerrero, en cambio, se produjo la fusión ideal para convertirlo en héroe porque siendo blanco y cristiano, defendió el suelo indígena como si fuera uno de ellos. Su persona reúne la lealtad necesaria –no puede ser Judas– que requiere la ciudadanía de una república de hombres libres.
A pesar de los argumentos en contra, la cultura mexicana actual sigue viendo a Martín Cortés (1522-1569) como el primer mestizo. Su historia tiene menos vacíos que la de su madre, y sin embargo los une una común ironía. Fue legitimado por bula papal en 1529, el mismo año en que Cortés se casó en segundas nupcias con Juana Ramírez de Arellano y de Zúñiga y de quien tendría otro varón, también llamado Martín. Cortés tenía poca imaginación sin duda, o tal vez se tratase de una economía nominal al bautizar a su progenie ilegítima y a sus concubinas indígenas con el mismo repertorio que el de su familia legítima. Así, llamó Martín, como su padre, a dos de sus hijos –lo cual originó que ambos fueran confundidos por historiadores y biógrafos. Catalina, como su madre, se llamó su hija mayor –de su unión con una tal Leonor de Cuba–, pero también fue el nombre de su primera esposa legítima, Catalina Juárez, la Marcaida. Cortés volvió a usarlo cuando en 1519 bautizó a una sobrina de un jefe totonaca, quien le fuera dada como esposa – acto que según Camilla Townsend (op.cit. 45) tuvo que haber provocado risa a sus soldados quienes conocían a La Marcaida. También Leonor fue el nombre que le dio a otra hija ilegítima que engendró con Isabel, la hija de Moctezuma, a dos años de haber sido asesinado Cuauhtémoc, su marido y último emperador mexica. Por aquí se vería el hilo precursor de la estirpe de los José Arcadio y los Aureliano Buendía y la confirmación de que la realidad supera la ficción, como gustó decir a Gabriel García Márquez. Martín Cortés, el considerado primer mestizo de México, hizo carrera militar, llevó los hábitos de Santiago, casó con española y murió luchando contra los últimos bastiones de moros en Granada. Semejante revés irónico es el que gira alrededor de la muerte de su madre. Si se considera su estatus de cristiana encumbrada en la incipiente colonia, resulta incomprensible la falta de documentación que se tiene sobre su muerte. Hay consenso de que hacia 1527, contando alrededor de 25 años murió a causa de la viruela traída por los españoles– la primera guerra bacteriológica según Todorov (op.cit. 69). Otra versión más cercana al crimen pasional es que fue asesinada en 1529 por trece puñaladas por un desconocido, aunque la sospecha recayó en su marido Juan Jaramillo (Otilia Meza, Malinalli Tenepal. México: Edamex, 1985, y Elsa Paredes de Salazar, Malinche o “La tecleciguata” (la gran señora). La Paz: Huellas, 1998). Algunas fuentes aún menos fidedignas, la confunden con otras Marinas y le dan muerte en España, o aseguran que fue vista en Tenochtitlán hacia 1536.
La relación íntima de Malintzin/Malinche con los españoles también fue objeto de injuria por parte de sus adversarios. Apenas regalada a Cortés como esclava y apenas bendecida por las aguas del bautismo, éste la entregó a Alonso Hernández Puertocarrero, un noble dentro de sus filas. Al enviarlo a España en comisión, Cortés se amanceba con ella y una vez nacido el hijo de ambos, el conquistador la vuelve a entregar, ahora en matrimonio, a Juan Jaramillo con quien tendrá otra hija, María. Esta práctica de amancebamiento y reparto de mujeres por los conquistadores fue consuetudinaria en todo el continente hispano. De Cortés a Valdivia, pasando por Pizarro, los conquistadores daban a indígenas y españolas en matrimonio a sus capitanes y oficiales como dávidas a las hazañas y lealtades en el campo de batalla. El concubinato estaba íntimamente ligado al bastardaje que definió la constitución del mestizo. Sonia Montecino, antropóloga chilena, aclara que tanto el amancebamiento como la barraganía “dan cuenta de una conformación peculiar de vínculos entre los sexos que propició la gestación de un horizonte de mestizos, presos en la tensión de una sociedad inédita, que utilizó…las categorías discursivas europeas de definición social, pero …vivió y practicó un nuevo orden de relaciones.” Por otro lado, son una forma frecuente de vida marital para las indias y mestizas, práctica paralela a los matrimonios legítimos, y a veces en el interior de ellos (Madres y Huachos. Alegorías del mestizaje chileno. Santiago de Chile: Ed. Cuarto Propio, 1991. 46-48). En efecto, algunos estudios especulan que la llegada inesperada a Tenochtitlán en 1522 de la esposa de Cortés, Catalina Juárez, la Marcaida, que había quedado a la zaga en Cuba, supuso la convivencia en el palacio de Coyoacán con Malintzin/Malinche embarazada. Por motivos no aclarados aún, la muerte inminente de la legítima a poco de haber arribado fue calificada de uxoricidio y aunque inculpado, Cortés salió libre y airoso por falta de pruebas. Si bien es cierto que las culturas en choque durante la conquista respondían a cosmogonías marcadamente diferentes, como ya se señaló, tuvieron también semejanzas. El patriarcado nahua y maya fue compatible con el español respecto al papel secundario y sometido de la mujer. Por otro lado, la poliginia de los mesoamericanos tuvo su correspondencia con la práctica de amancebamiento de los españoles durante la conquista. Malintzin/Malinche no tuvo que haberse sorprendido del tratamiento de objeto descartable que le dio Cortés en los años que estuvieron juntos, ni tampoco de tener que compartir al conquistador con otras indígenas obsequiadas o arrebatadas. El valor moral y cristiano imputado a Malintzin/Malinche de prostituta, ninfómana, amante, etc, por la agenda decimonónica carece de sentido en el contexto nahua y maya. Y si la imputación se le hizo como cristiana que era, el modelo de conducta castellana que tenía ante sus ojos no contrariaba, de modo alguno, la suya. Hay una anécdota documentada por Toribio de Benavente de Motolinía a principios de la colonia que es harto elocuente respecto a la doble conducta del español. Los religiosos ejercían presión para eliminar la poliginia que los señores indígenas “asumían como privilegio y responsabilidad” y modo de afianzar alianzas entre los grupos vecinos. Al reprocharles tal conducta, los indígenas respondían que los españoles tenían muchas mujeres, y cuando se les aclaraba que eran para su servicio; expresaban que “ellos también las tenían para los mismo” (en Pilar Gonzalbo Aizpuru, “De huipil o terciopelo.” La Malinche, sus padres y sus hijos. op.cit., 103). Si se volvieran a evaluar los pocos datos que se tienen de Malintzin/Malinche dentro del contexto social y cultural de su época y se reajustaran otros pocos eventos históricos, otro sería su lugar. Sin embargo, el intrincado tejido cultural mexicano actual pareciera aceptar nuevas y positivas reconstrucciones del signo al mismo tiempo que deja intactas las anteriores, como se verá más adelante.
Si princesa, o dama de baja nobleza; si de Oluta, Jalisco, o Coatzacoalcos, lo cierto es que el origen social y geográfico así como su muerte conforman junto a sus nombres y tareas una desordenada y maleable materia abierta a lecturas dispares, y a menudo altamente imaginativas. Claro está, dichas lecturas se encuentran justificadas cuando se trata de narrativas y dramas de ficción, de poesía, de arte. En cambio, aquellas rotuladas como ensayo crítico, historia y biografía suponen un contrato que acredita cierto rigor de análisis y veracidad que las diferencian de las primeras. La lectura es un pacto con el texto. Sin embargo, la mayor parte de la bibliografía no ficticia sobre Malintzin/Malinche muestra una dosis de exhuberancia y ambigüedad que ya está en las primeras crónicas sobre la historia del Nuevo Mundo. La historia se funde y confunde con el mito.
Desembarco de los españoles en Veracruz. Fragmento de mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional, patio corredor. México DF. Finalizado en 1951.
Su presencia en las crónicas y los códices
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Anterior a la llegada de los conquistadores, los mayas y los nahuas produjeron manuscritos hechos de piel animal, fibras naturales y corteza de árbol que tenían un formato desplegable y se podían colgar de los muros. Una elite, mayormente sacerdotes, tenía el poder de la escritura, que para los nahuas se expresaba iconográficamente – tlacuilolli – y en jeroglíficos para los mayas. A diferencia de la cultura alfabética, la escritura pictográfica era sumamente compleja y un mismo signo podía expresar varios conceptos al mismo tiempo. Tal complejidad fue la que no pudo percibir el etnocentrista Claude Lévi-Strauss en su magna obra Mythologiques (París: Plon, 1964-71) al igualar la escritura con el alfabeto fonético, resultando primitiva toda cultura que carecía de ella. En parte, esta falsa concepción es la que poseía la conquista evangelizadora que no dudó en destruir las copiosas bibliotecas del nuevo mundo con la justificación de que tal compleja textualidad importaba el peligro de propagar una cosmogonía sagrada que contrariaba el pensamiento monolítico cristiano. Así como para reinar había que dividir; para construir había que destruir. Sin embargo, los conquistadores no fueron los primeros incendiarios. Antes que ellos, los propios mexicas destruyeron las escrituras de sus antepasados en su afán de dominio; hecho que no hace más que resaltar la importante función nmemónica – e identitaria– que la escritura posee para una cultura. Como resultado de semejante aberración, la producción precolombina quedó resumida en tres manuscritos en nahuatl y una veintena en lengua maya.
Malintzin/Malinche quedó representada de forma gráfica y en glosas en varios códices mixtos. “Mestizos” son llamados también estos textos que los religiosos españoles realizaron con la ayuda de escribas indígenas ya aculturados. Algunos códices son bilingües, algunos iletrados o con solo títulos para las imágenes. Estos datan mayormente de la segunda mitad del siglo XVI y eran destinados a un público español y europeo para que se enterasen de las cosas del Nuevo Mundo. Ya en texto como en dibujos y miniaturas, Malintzin/Malinche aparece en el Códice de Cuautlancingo; en el Códice Durán (1579-81); en el Lienzo de Tlaxcala (1552); en el Códice de Tizatlán (también conocido como “Códice de Texas”); en el Códice Florentino (o La historia General de las cosas de Nueva España de Bernadino de Sahagún, 1579), y en el Códice Azcatitlan.
Códice Azcatitlán (sin fecha conocida)
Se trata del folio 44 al que le falta la otra mitad. Malinche se encuentra de frente por lo que se asume que estaba entre los dos líderes: Cortés y Moctezuma. La importancia del encuentro también la dan el hecho de que Cortés se ha bajado de su caballo y sacado el sombrero. El lugar central de Marina es sobrada muestra de su posición también central en el recuento de esta historia. (Facsímil París: Bibliothèque Nationale de France, 1995)
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Señala Gordon Brotherston que los textos compuestos por los leales a Tenochtitlán y a la causa mexica son los que representan negativamente la figura de Malintzin, como es el caso del Códice Florentino, el “Manuscrito del aperramiento” y los Anales de Tlatelolco; mientras que los de Tlaxcala, aliados de Cortés, son favorables a ella (“La Malintzin de los códices,” en La Malinche, sus padres y sus hijos, op.cit.,15-17). De hecho, los tlaxcaltecas realizaron el Lienzo de Tlaxcala y el Códice de Tizatlán para reclamar la exención del tributo que España requería de sus nuevos vasallos. En efecto, obtuvieron de la corona metropolitana un estatus preferencial por su participación durante la conquista. Según Gutierre Tibón (Historia del nombre y de la fundación de México. México DF: FCE, 1975, 541) y Margo Glantz (La Malinche, sus padres y sus hijos. op.cit., 8) a principios de la conquista y luego registrado en crónicas, Malintzin/Malinche posee la dimensión de diosa. Existe un consenso en los códices en representar a Malintzin/Malinche con un protagonismo equivalente al del conquistador, de igual o mayor tamaño (nada raro si pensamos que la altura de Cortés no llegaba al metro sesenta). En las imágenes, ella aparece emitiendo volutas – íconografía de la palabra – y viste de huipil, detalle importante en cuanto a su asociación con la cultura indígena, a pesar de haber sido cristianizada. Señala Herren que la vestimenta era un definidor o reforzador de la identidad cultural (op.cit. 98). Este rasgo podría verse como un elemento más que apoyaría la tesis de que su aculturación no supuso una claudicación a su identidad original, y además de haber vivido en un espacio puente entre las dos culturas.
Códice Florentino (1575-9). Libro XII – “…. Acabó Mocthecuzoma de decir su plática, y Marina declaróla a D. Hernando Cortés; como éste hubo entendido lo que había dicho Mocthecuzoma, dijo a Marina: “Decidle a Mocthecuzoma que se consuele y huelgue y no haya temor, que yo le quiero mucho y todos los que conmigo vienen, y de nadie recibirá daño, hemos recibido gran contento en verle y conocerle…” (Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981, capítulo 6).
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Como los códices mestizos, las crónicas fueron escritas unos treinta años después de los sucesos. Algunos fueron testigos-narradores, otros las escribieron desde sus cómodas butacas europeas. Si a la distancia temporal se le suman los intereses creados detrás de estas escrituras, habrá que tomar con pinzas su veracidad y la invocación que de ella hacen algunos títulos. Así la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España [**], aunque impresa en 1632, fue escrita entre los años 1552 y 1568 por Bernal Díaz del Castillo, soldado en la conquista, como contrapunto y para desmentir la versión del capellán de Cortés, Francisco López de Gómara. Este nunca estuvo en tierras americanas y en su Historia de la conquista de México (México D.F.: Ed. Pedro Robredo, 1943) escrita entre 1551 y 1552, exaltó la figura del conquistador a expensas del resto de la tropa que lo acompañaba, entre ella Marina, a quien, según su versión, el capitán extremeño prometió darle mucho más que su libertad si actuaba de intérprete, secretaria e intermediaria entre él y los habitantes de su tierra. Por su lado, la visión de Bernal Díaz del Castillo hacia Malintzin/Malinche es sumamente positiva y los críticos no dejan de señalar la dimensión humana de su obra. No obstante, el relato que hace del origen y primera vida de Malintzin/Malinche responde más al modelo de los libros de caballería que a una posible realidad. Hay una dimensión épica en la que la gloria del caballero medieval tiene que tener una dama a quien ofrecérsela. La dama debe corresponderle en valor y honor, belleza moral y física. De ahí que Malintzin/Malinche sea nacida de sangre noble pero a esta nobleza de sangre le acompaña una nobleza de valentía. O sea, que el ser debe ser juzgado por sus méritos y acciones, pareciera ser el mensaje de Bernal Díaz del Castillo a sus superiores. Dicho de otro modo, todos los que han hecho la América son iguales por derecho natural a los nobles de España.
Otro elemento que debilita la veracidad de su discurso es la causa que da por la cual la madre y su padrastro entregaron a Malintzin/Malinche como esclava. La cuestión hereditaria en el mundo nahua no se regía por el código europeo, y según Francisco Hernández era por vía fraterna y no filial (en Herren, op.cit. 29). No obstante lo dicho, la crónica de Bernal Díaz del Castillo ha quedado como versión dominante tanto en las recreaciones ficticias como históricas posteriores.
Hernán Cortés fue uno de los pocos que escribió contemporáneamente a los eventos de la conquista en sus misivas al monarca español. Sorprende que casi no haya mención a Malintzin/Malinche en ellas, dada su decisiva tarea lingüística y habiendo sido la madre de un hijo suyo – a quien hace legitimar y de quien habla con cariño en cartas personales. La nombra como “lengua” o “faraute,” y en la carta del 3 de setiembre de 1526 [***] la llama Marina, sin el “doña” que Bernal Díaz del Castillo usa con afecto y respeto. El destinatario de sus cartas era nada menos que su rey y emperador y en el afán de ganarse su apoyo y confianza, debía figurar como protagonista autosuficiente de las empresas y por otro lado, no podía poner en evidencia las irregularidades de su vida personal.
Continúa en: Malintzin/Malinche: la malinterpretada / Segunda parte
[*] Originalmente publicado como “Malinche.” Suplemento “El intérprete” de la revista Nómada, 3, 2007: 1-16.
[**] Bernal Díaz del Castillo. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1632)
Cómo doña Marina era cacica, e hija de grandes señores, y señora de pueblos y vasallos, y de la manera que fue traída a Tabasco. (Capítulo XXXVII) (Fragmento)
Antes que más meta mano en lo del gran Montezuma y su gran México y mexicanos, quiero decir lo de doña Marina, cómo desde su niñez fue gran señora y cacica de pueblos y vasallos; y es de esta manera: Que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa de Guazacualco; y murió el padre, quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo, y hubieron un hijo, y según pareció, queríanlo bien al hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de darle el cacicazgo después de sus días, y porque en ello no hubiese estorbo, dieron de noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se había muerto. Y en aquella sazón murió una hija de una india esclava suya y publicaron que era la heredera: por manera que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés. Y conocí a su madre y a su hermano de madre, hijo de la vieja, que era ya hombre y mandaba juntamente con la madre a su pueblo, porque el marido postrero de la vieja ya era fallecido. Y después de vueltos cristianos se llamó la vieja Marta y el hijo Lázaro, y esto sélo muy bien, porque en el año de mil quinientos veinte y tres años, después de conquistado México y otras provincias, y se había alzado Cristóbal de Olid en las Hibueras, fue Cortés allí y pasó por Guazacualco. Fuimos con él aquel viaje toda la mayor parte de los vecinos de aquella villa, como diré en su tiempo y lugar; y como doña Marina en todas las guerras de la Nueva España y Tlaxcala y México fue tan excelente mujer y buena lengua como adelante diré, a causa la traía siempre Cortés consigo. Y en aquella sazón y viaje se casó con ella un hidalgo que se decía Juan Jaramillo, en un pueblo que se decía Orizaba, delante ciertos testigos, que uno de ellos se decía Aranda, vecino que fue de Tabasco, y aquél contaba el casamiento y no como lo dice el coronista Gómara. Y la doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda la Nueva España [….] Y volviendo a nuestra materia, doña Marina sabía la lengua de Guazacualco, que es la propia de México, y sabía la de Tabasco, como Jerónimo Aguilar sabía la de Yucatán y Tabasco, que es toda una; entendíanse bien, y Aguilar lo declaraba en castellano a Cortés fue gran principio para nuestra conquista, y así se nos hacían todas las cosas, loado sea Dios, muy prósperamente. He querido declarar esto porque sin ir doña Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España y México. Donde lo dejaré y volveré a decir cómo nos desembarcamos en el puerto de San Juan de Ulúa. (México DF: Porrúa, 1968, 56-57)
[***] Hernán Cortés. Carta V. Dirigida a la Sacra Católica Cesarea Majestad del Invictisimo Emperador Don Carlos V, desde la ciudad de Tenuxtitan, a 3 de septiembre de 1526 años. (Fragmento)
“Yo le respondí que el capitán que los de Tabasco le dijeron que había pasado por su tierra, con quien ellos habían peleado, era yo; y para que creyese ser verdad, que se informase de aquella lengua que con él hablaba, que es Marina, la que yo siempre conmigo he traído porque allí me la habían dado con otras veinte mujeres; y ella le habló y le certificó dello y cómo yo había ganado a Méjico, y le dijo todas las tierras que yo tengo subjetas y puestas debajo del imperio de vuestra majestad, y mostró holgarse mucho en haberlo sabido, y dijo que él quería ser subjeto y vasallo de vuestra majestad, y que se ternía por dichoso de serlo de un tan gran señor como yo le decía que vuestra alteza lo es, y hizo traer aves y miel y un poco de oro y ciertas cuentas de caracoles coloradas, que ellos tienen en mucho, y diómelo, y yo asimesmo le di algunas cosas de las mías, de que mucho se contentó, y comió conmigo con mucho placer. (Cartas de la conquista de México. Madrid: Sarpe, 1985, 206)
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Estimados/estimadas:
Gracias por esta primera parte del artículo que es muy interesante. Quisiera saber si ya ha sido publicada la segunda parte. Me gustaría usar el material para trabajar con mis estudiantes, aprovechando que en pocos días llega «el 12 de octubre».
Quiero que se aproximen críticamente no solo la conmemoración, sino también que comiencen a comprender los procesos de construcción que operan detrás de las «imágenes» de la realidad que consumimos a diario.
Además, me resulta interesante porque muestra cómo las discusiones de los sucesivos presentes echan una luz diversa a los pasajes del pasado.
Eleonora (desde Italia).
Hola Eleonora, muchísimas gracias por tu comentario.
Y es un placer que nos llegue desde italia!!
La segunda parte de la nota de Rosa Sarabia, está publicada debajo de la primera.
Y aprovecho para comentarte que como se están cumpliendo los 500 años de la aparición de la Malinche en la historia, el mes próximo planeamos realizar una presentación acerca de eso mismo que tu planteas, los procesos de construcción de imágenes y relatos.
Le hago llegar a Rosa tu comentario y, nuevamente, te lo agradecemos mucho!
Horacio Tejera